Desde que se destapó “la crisis de los opioides” en los Estados Unidos, como se la llama, generó no sólo muertes (más de 500 mil), preocupación y un desastre en la salud del país, sino también denuncias que llegaron a los diarios, a los libros, a la televisión y al cine.
El comienzo del fenómeno fue el analgésico recetado OxyContin, producido por la compañía Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler, que lo introdujo al mercado en 1996 y lo publicitó como si fuera analgésico supuestamente inofensivo. La oxicodina y el fentanilo pasaron de ser recetados por médicos a ser buscadas por infinidad de quienes primero fueron pacientes y terminaron siendo adictos.
Uno de los mejores documentales hechos sobre el tema es sin dudas “El crimen del siglo” (disponible en HBO), del galardonado Alex Gibney, que cuenta los orígenes, el alcance y las consecuencias de la agresiva comercialización de la oxicodona y los opioides. El director no sólo denuncia la corrupción y la avaricia de la industria farmacéutica, sino también la hipocresía y permisividad gubernamental mientras revela la macabra y masiva operación llevada a cabo para enriquecerse a costa de las vidas de miles de adictos a los opioides legales.
También vale la pena mencionar ‘Dopesick’ (Disney+), con Micheal Keaton, que cuenta la crisis de opiáceos desde el punto de vista de una comunidad minera de Virginia, que sirve como campo de pruebas para testear la adicción de quienes comienzan a tomar una serie de analgésicos.
Y se podría sumar también “Medicina letal”, con Mathew Broderick (en Netflix), que lleva el tema desde quienes crearon el analgésico a los que la han sufrido, y le suman a una investigadora que busca encontrar la verdad de lo que está sucediendo.
No todas las producciones sobre el tema logran un buen resultado, salvo quizás, el loable interés de señalar algo que ha ocasionado uno de los desastres sanitarios más importantes de los Estados Unidos.
Hoy, se le suma a esta lista “El negocio del dolor”, una película del director David Yates, que después de dirigir algunos de los filmes de Harry Potter cambia de registro.
Lo que cuenta la película es la vida de Liza Drake (Emily Blunt), una madre soltera que está en medio de una situación económica desesperante. Tras un encuentro casual con el representante de ventas farmacéuticas Pete Brenner (Chris Evans) ingresa en 2012 al laboratorio Insys -que se encontraba al borde de la bancarrota- y consigue que el Lonafin, un opioide a base de fentanilo, empiece a ser recetado por ciertos médicos como analgésico a pacientes con cáncer.
Lidiar con su cada vez más desquiciado jefe (Andy García), la recaída de la condición médica de su hija (Chloe Coleman) y una creciente conciencia de la catástrofe que la empresa está causando, obliga a Liza a examinar sus opciones.
Aunque la película de Yates aborda el tema del fentanilo, podría inscribirse también en la larguísima lista de series y películas sobre los maestros del engaño, como “Inventando a Anna”, o “The Dropout”, la serie con Amanda Seyfried sobre Theranos (Star+).
Quizás el problema de la película de Yates es que se mezclan en su historia toques de sátira con falso documental, algo de denuncia con tintes de moralina aleccionadora y algunas dosis de historia de superación. Todo revuelto. Hay una buena intención de fondo, pero “El negocio del dolor” se ocupa demasiado por subrayar algunas cuestiones -como la codicia- de una manera que, aun cuando el tema sea relevante, termina desfigurándola.