PARÍS.- Se puede decir que, hasta ahora, había sido un sans faute. Con su luminosa sonrisa, su actitud hierática y su elegancia, Catherine Elizabeth Middleton —alias Kate—, princesa de Gales y futura reina de Inglaterra, había conseguido mantener un difícil equilibrio entre simplicidad y tradiciones reales.
Después de su boda con el príncipe Guillermo, en 2011, a los 42 años, habiendo aprendido la lección del fracasado matrimonio entre su suegro, el entonces príncipe Carlos, y Lady Diana, la actual princesa de Gales jamás buscó transformarse en estrella planetaria sexy o defender un ideal humanitario recorriendo el mundo al servicio de los enfermos de la vida.
Esa mujer inteligente, con sentido común, educada y discreta siempre se preocupó por no tratar de suplantar a su real marido en público. Nunca la duquesa de Cambridge jugó otro papel que el que corresponde a su función. Y jamás comentó o dejó entrever las mismas versiones que hicieron correr miembros del personal o los examantes indelicados sobre su fallecida suegra, la princesa de Gales.
Pero Diana Spencer era la hija de un conde de la más pura sangre azul. Nacida el 9 de enero de 1982 en Reading, al oeste de Londres, Kate Middleton es una plebeya nacida en el seno de la clase media empresaria. Sus padres hicieron fortuna creando una pequeña empresa de cotillón. Y a pesar de los avances sociales, el éxito de la meritocracia y el multiculturalismo, las divisiones sociales siguen persistiendo en el reino de los Windsor.
Los padres de Kate son de origen obrero. Su madre, Carole, nació en Londres. Sus propios abuelos trabajaban en las explotaciones de carbón de la familia Bowes-Lyon, de quienes nacería la futura “reina madre”, bisabuela de Guillermo. El abuelo paterno de Kate era minero de galería.
Los Middleton hicieron fortuna montando una empresa de cotillón para niños, primero por correspondencia, después por Internet. Ambos viven en la verde campiña del Berkshire, condado que cobija a los nuevos ricos, los banqueros, los abogados, las profesiones liberales y los empresarios. El dinero obtenido demasiado rápido es “non-U” (mal visto), según la expresión consagrada de la gentry, para quienes la sangre y el nombre pesan más que el capital financiero.
Por esa razón, ¡¿qué es lo que no se dijo de los Middleton?! Que el camino que lleva a su casa no es en pedregullo —que hace chirriar las ruedas de un viejo Bentley con el cuero fatigado—, sino un simple asfalto para un vulgar 4×4. Más shocking todavía: la madre de Kate fue escuchada pidiendo la dirección de los toilettes, en vez del lavatory. El problema en el Reino Unido no reside en perdonar esas cosas, es que los snobs de la vieja Inglaterra no las olvidan jamás.
Kate es la mayor de los tres hijos de los Middleton. Su infancia fue idílica. La atmósfera familiar estuvo signada por el amor y la calidez. Rody Warot, el chef francés de Old Boot Inn, recuerda a una adolescente que venía frecuentemente a almorzar los domingos en familia a ese conocido pub-restaurante:
“Siempre prestaba mucha atención a su línea. Apenas picoteaba la comida que le servían. A su pedido, eran pequeñas porciones”, relata.
De joven, Kate prefería vestirse de sport, con un pulóver a la moda y el primer jean que le caía en la mano, chaquetas de caza en algodón impermeabilizado y foulards Hermès. Pero la burguesa que se casó con el heredero de la corona real, pertenece no obstante al mismo universo que su futuro esposo.
“Guillermo y Kate tuvieron una juventud muy similar. Sus padres le pagaron la entrada escribiéndola en el Malborough College. Esa institución privada, que cultiva el espíritu de elitismo, le dio la formación social indispensable para moverse en ese mundo especial”, señala Claudia Joseph, una de las biógrafas de Kate.
Vivero de lujo
Como en todos los pensionados ingleses, el régimen de Marlborough College es espartano y la disciplina, rigurosa. Además de las materias escolares, el programa comprende lecciones de bridge, compostura, alocución y vals. Kate hacía todo con facilidad. Era excelente en los deportes nobles femeninos, el hockey sobre césped y el netball, lo que no le impidió destacarse en vela, tiro con fusil y esquí. Su peinado era sensato, su maquillaje prudente. La joven que sus camaradas describen como sólida, confiable y divertida tejió en ese vivero de lujo amistades bien útiles para el futuro.
Sin tener que usar los codos, se incorporó al círculo social de los aristócratas o los grandes burgueses con nombres interminables que giraban en torno a los jóvenes de la realeza. Pronto fue identificada con los Sloane Rangers, ese exclusivo grupo social londinense, cuyo nombre alude al Sloane Square, punto de unión entre los tres barrios más chics de Londres: Chelsea, Belgravia y Knightsbridge.
Inteligente, frecuentando con asiduidad los museos, la futura reina de Inglaterra nunca fue una intelectual, un término que, a su juicio, conserva un sentido peyorativo, evocador de abstracciones nebulosas. Por esa razón, en vez de presentarse a Oxford o a Cambridge, el plus ultra de la intelectualidad, optó por la universidad escocesa de St. Andrew, frecuentada por numerosos aristócratas ingleses.
Según Robert Lacey, autor del libro Battle of Brothers, esa decisión estuvo guiada por su madre, en busca de un buen partido para su hija mayor. Su primer novio fue el hijo de un gran terrateniente del Norfolk, que Kate abandonaría por “Willis”. El príncipe también seguía un curso de historia del arte en St. Andrews. Ambos vivían en la misma residencia universitaria.
En marzo de 2002 se produjo el flechazo. Durante un desfile de moda de los estudiantes en beneficio de una obra caritativa. Kate, deslumbrante, obtuvo toda la atención de Guillermo. Enamorados, ambos compartieron departamento durante dos años.
En 2005, con sus estudios terminados, en vez de comenzar a trabajar en una gran sala de subastas o una galería de arte como corresponde a los aristócratas, Kate se empleó como compradora de accesorios en Jigsaw, cadena de prêt-à-porter fundada por unos amigos de sus padres. Pero Guillermo consiguió hacerla abandonar el universo de la ropa, recordando la mala experiencia de su madre. Se sumó entonces a la empresa familiar para ocuparse de la realización de catálogos de venta por correspondencia. En Londres dividía su tiempo entre el pequeño departamento que le compraron sus padres en Chelsea, uno de los mejores barrios de la capital, y la habitación de función de Guillermo en Clarence House, la residencia londinense del príncipe Carlos y Camilla, duquesa de Cornualles.
El balde de agua fría se produjo en 2007 cuando, a los 24 años, estimando no estar listo para el matrimonio, Guillermo rompió brutalmente el idilio de cuatro años con un simple llamado telefónico. Las cosas no iban bien desde hacía un tiempo. El príncipe estaba totalmente dedicado a su carrera militar. Kate se quejaba de sus prolongadas ausencias, soportando mal las reglas de camaradería machista de su regimiento de elite, los Blues and Royals.
Había perdido los fervores del príncipe, pero no por mucho tiempo. Unos meses más tarde llegó la reconciliación. No obstante, las reticencias de Guillermo a comprometerse le valieron a Kate el desagradable apodo de “Waity Katie” (Kate, la que espera).
Su paciencia dio, sin embargo, sus frutos. En el verano de 2009, Kate fue finalmente presentada a la reina Isabel II durante un fin de semana de cacería en Balmoral, donde tuvo que pasar el famoso “test de Balmoral”, suerte de examen de aceptación y verdadero campo minado mundano. Los asados preparados por la soberana, sea cual fuera el clima, las veladas enteras jugando a las adivinanzas o a armar rompecabezas en los salones atravesados por espantosas corrientes de aire, los paseos con los corgis de la monarca y las batidas de caza en medio del barro constituyen una auténtica y riesgosa carrera de obstáculos.
La futura duquesa consiguió un sans faute (sin ningún error) que impresionó a Isabel II. Asimismo, la anfitriona descubrió que su invitada era, como ella, apasionada por la fotografía y la carrera de caballos. A comienzos de 2010, Guillermo la pidió en matrimonio durante un safari en Kenia. En la boda, celebrada el 29 de abril de 2011 en la Abadía de Westminster, la expresión de la novia era grave. En su interior, sin embargo, debía sentirse jubilosa por ser el objeto de admiración del planeta.
Y como la primera obligación de la duquesa de Cambridge era la de respetar el contrato real, Kate dio un heredero y una “rueda de auxilio” a la corona. La pareja tuvo tres hijos: Jorge —actualmente segundo en el orden sucesorio—, Carlota y Luis, nacidos respectivamente en 2013, 2015 y 2018.
Guiada por la reina, la duquesa se integró fácilmente a la familia real desempeñado sus funciones de representación sin una queja. Su sonrisa fue siempre discreta, su porte altivo, sus gestos naturales y su cortesía onmipresente. Su tono de voz es un poco perentorio, pero así corresponde a un Windsor de pura cepa.
La rivalidad con Meghan
En 2020, Catalina triunfó en la pulseada que la enfrentó a su rival, Meghan Markle, cuyo glamour le hacía sombra. Tras la decisión de los Sussex de abandonar las funciones reales para viajar a Estados Unidos, la reina le solicitó que asumiera las responsabilidades de su rebelde cuñada: la infancia, las mujeres y las minorías étnicas.
Desde entonces hasta ahora, Kate jamás se desvió de la conducta que asumió cuando se incorporó a la familia real. Tal vez por esa razón se convirtió rápidamente en la personalidad preferida de los británicos. En un cruel perfil publicado en 2020 por la revista Tatler, fue acusada de ser anoréxica y aburridísima en sociedad y, sobre todo, de aceptar de mala gana los compromisos filantrópicos suplementarios creados por la ausencia de Harry y Meghan, prefiriendo pasar tiempo con sus hijos.
Tatler se vio obligado a presentar sus excusas a Su Alteza Real. Y Catherine reconoció a su vez que ocuparse de las lecciones de sus tres hijos durante el confinamiento del Covid no había sido una partida de placer.
Sus biógrafos han caído todos rendidos ante los encantos de la futura reina de Inglaterra quien habría “aportado el dinamismo necesario y un aire nuevo a la familia Windsor, siendo al mismo tiempo capaz de mantener el equilibrio entre simplicidad y tradiciones reales”, como lo afirma Katie Nicholl.
Es sin embargo inevitable preguntarse cómo se hace para alcanzar semejante perfección. ¿Será realmente así? ¿O, como lo demostró la reciente historia de la foto retocada, la vida de Catherine Middleton, princesa de Gales y futura reina de Inglaterra es, en el fondo, mucho más complicada de lo que parece?