Si la historia nos enseña algo, es que el hundimiento del orden hegemónico de turno suele verse sucedido por un período prolongado de conflictos al procurar otros llenar el vacío que deja.
Así pues, al difundirse la sensación nada arbitraria de que Estados Unidos no estará dispuesto a seguir cumpliendo por mucho tiempo más el papel ingrato y, a juicio de los norteamericanos mismos, muy costoso de “gendarme internacional” y que los europeos serán incapaces de tomar su lugar, los líderes de países como Rusia, China, Irán y Corea del Norte, además de los islamistas militantes, tienen buenos motivos para creer que, por fin, ha llegado su hora. A menos que sean frenados, nos esperan años de caos sanguinario.
Lo que está sucediendo en Ucrania y Gaza, además de las guerras aún más mortíferas que siguen librándose en Sudán, el Congo, Yemen y Siria, hace evidente la falta de autoridad de la llamada comunidad internacional y las instituciones, comenzando con la ONU, que supuestamente la representan.
Malestar global
Para algunos, el malestar anímico que están sufriendo virtualmente todas las sociedades que conforman el mundo desarrollado, es decir, Estados Unidos, Europa, el Japón y Australia, se debe en última instancia al abandono de las viejas certezas religiosas en que durante siglos se habían asentado.
Dicen que, sin convicciones compartidas muy firmes, sean éstas racionales o basadas en mitos, toda comunidad humana propenderá a desmoralizarse. Puede que tengan razón y que el colapso vertiginoso de la tasa de natalidad en buena parte del mundo sea una consecuencia de tal pérdida de fe.
De todos modos, si quienes piensan así tienen razón, el futuro será de los fanatizados que, huelga decirlo, no carecen de confianza en el valor supremo de sus propias convicciones y son reacios a plantear dudas acerca de su derecho a matar o esclavizar a sus enemigos.
Hasta hace relativamente poco, era habitual prever que la democracia continuaría ganando adeptos en el mundo porque se suponía que casi todos querrían vivir en libertad, pero pareciera que en todas partes hay muchos que creen que sería mejor someterse a un gobierno autoritario con tal que resultara ser eficaz.
El presidente francés, Emmanuel Macron, dice que su país podría estar en vísperas de una guerra civil.
En Estados Unidos, personajes habitualmente sobrios temen que la superpotencia sufra una calamidad similar.
Puede que se hayan equivocado y que Estados Unidos y Francia logren superar de manera no violenta sus problemas internos, pero el pesimismo que sienten sus dirigentes está contribuyendo al desprestigio de las democracias occidentales a ojos del resto del mundo.
¿Si reunieran fuerzas, estarían en condiciones de restaurar cierta tranquilidad los países de la alianza occidental?
Si bien últimamente sus gobiernos, conscientes de los riesgos que enfrenta el mundo, han cerrado filas, para hacer valer las ventajas importantes que todos conservan tendrían que reducir la influencia de grupos internos importantes que se oponen a todo cuanto les parezca imperialista, colonialista y belicista o, lo que ha sido igualmente influyente, la actitud de quienes insisten en que es perverso gastar dinero en defensa o ayuda internacional en lugar de dar prioridad al bienestar de la población local.
La reacción europea
Para alarma de los muchos que se han acostumbrado a creer que nadie en sus cabales soñaría con atacar a un país miembro de la OTAN, los gobiernos de los 32 integrantes de la alianza toman tan en serio el riesgo de que en cualquier momento Vladimir Putin provoque lo que califican de una nueva guerra mundial, que están preparándose para tal contingencia aumentando sus respectivos presupuestos militares.
Los europeos se saben obligados a hacerlo; es más que posible que en enero del año que viene regrese a la Casa Blanca Donald Trump, un nacionalista que trata a la OTAN como una gran estafa por parte de países europeos que aportan muy poco a la defensa colectiva.
Quienes hablan de guerras por venir entienden que la mejor forma de defender la paz consiste en advertir a los que podrían sentirse tentados a aprovechar la presunta debilidad de los comprometidos con el statu quo que están jugando con fuego.
Después de todo, Putin ordenó la invasión de Ucrania porque estaba convencido de que los países occidentales se limitarían a formular declaraciones condenatorias.
Por razones parecidas, el dictador chino Xi Jinping, alentado por la retirada vergonzosa de Afganistán de Estados Unidos y sus aliados, amenaza con atacar a Taiwán, aunque hay señales de que, impresionado por el apoyo material cuantioso que las democracias occidentales han brindado a Ucrania, Xi ha optado por una postura más cautelosa, lo que sí es motivo de cierta esperanza.