“Un puñado de flechas”, el libro de María Gainza publicado en 2024 por la editorial Anagrama, se abre con una historia protagonizada por Francis Ford Coppola. En 2008, cuando Gainza escribía críticas de arte en la revista “Radar” de “Página 12”, Coppola se aprestaba para filmar en la Argentina y trabó amistad con su marido. Una noche, sin siquiera mirarla, como si le hablara a un fantasma, Coppola le dijo: “El artista viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas doradas. Puede lanzar todas sus flechas de joven, o lanzarlas de adulto, o incluso ya de viejo. También puede ir lanzándolas de a poco, espaciadas a lo largo de los años”. Gainza le preguntó si se puede controlar el lanzamiento de las flechas. “No mucho” –respondió-. “It just happens. Y solo al final de una vida se puede evaluar la periodicidad de los lanzamientos”.
La reflexión del cineasta resulta significativa. Y si bien Gainza olvidó los detalles del intenso affaire Coppola, asegura que recuerda con nitidez la historia del carcaj y las flechas doradas. “Guardé esa información sin saber que me sería útil más adelante. Por supuesto, al contarme aquella pequeña fábula, Coppola estaba siendo autorreferencial, pero yo creo que también me estaba haciendo un regalo por adelantado: le hablaba a la persona que yo aún no veía en mí. Quizás con ella conversaba esa noche cuando miraba hacia lo que yo creía que era la nada”.
El episodio es revelador. Gainza deja atrás a Coppola y asume ella misma el papel estelar; escribe en primera persona y concluye este primer capítulo mirando desde lo alto, con su carcaj al hombro y una flecha dorada en la mano.
Hace poco más de una década, en 2014, la editorial Mansalva publicó “El nervio óptico”, cinco años más tarde, ya en Anagrama y traducido a 15 idiomas, el libro integraba la lista de los 100 títulos favoritos del “New York Times”. Poco antes, la novela “La luz negra”, una historia sobre falsificaciones de arte, había puesto en tensión los cruces entre realidad y ficción, frecuentes en los relatos de Gainza. Sus lectores, algunos mejor informados que otros, discutían la veracidad de los datos y la existencia de los personajes. Hoy, “Un puñado de flechas”, tiene una sólida investigación como soporte y, no obstante, hasta los hechos comprobables generan dudas sobre los límites siempre difusos de la realidad.
Al coleccionismo de arte, Gainza le dedica numerosos análisis. Frente a la Plaza San Martín, su coleccionista despliega “un ensayo de apetencias personales”, según la cita tomada de Marcelo Pacheco. El conjunto de pinturas latinoamericanas es una rareza que descubre cierta creatividad y diseña una “biografía visual”. Pasado el tiempo, con afán acaparador el coleccionista tapiza desde el piso al techo las paredes del mismo departamento. Gainza maneja con agilidad los saberes más diversos y los vuelca al análisis de las obras. Encuentra el tiempo suspendido en los monolitos de Aizenberg y los coteja con “La máquina que detenía el tiempo” de Dino Buzzati. Los aspectos negativos del coleccionismo están expresados sin rodeos por Edmond de Goncourt, autor del texto “La casa de un artista”. Allí describe con “enfermo detalle” la acumulación que producen las “orgias de compras”. Luego, también Goncourt denuncia la desaprensiva ostentación: “Hay colecciones de objetos de arte que no despiertan ni una pasión, ni gusto, ni inteligencia, nada más que constituyen la victoria brutal de la riqueza”.
La pasión por la literatura, una memoria infalible para las citas educada en la infancia y el gusto que depara el estudio, derivaron en textos que oscilan entre el cuento y el ensayo, ajenos al oscurantismo de la crítica. Gainza profundiza el análisis psicológico de los personajes, incluyéndose a sí misma. Y no duda al mostrar sus ideas, sus sentimientos y, en alguna medida, su intimidad. “El nervio óptico” es un libro sofisticado, escrito por la hija rebelde del poderoso dueño del diario “La Prensa” que detesta la vida rumbosa y busca consuelo en el arte y los museos. “Un puñado de flechas” permite adivinar la madurez de la escritora. .
Como al pasar, cuenta que los encuentros con Coppola se interrumpieron cuando su marido, que murió en 2015, enfermó gravemente. Deja atisbar la penosa ronda por los hospitales públicos, pero no profundiza el dolor. No obstante, hay un capítulo escalofriante, “Diario de mis cortocircuitos”. La protagonista, en este caso un alter ego de Gainza, está internada en una institución donde se siente prisionera y la tratan por una enfermedad neurológica. Allí pone a prueba la especial capacidad para dejar volar la imaginación y traerla de vuelta con los universos alucinados que encuentra. La amalgama con la propia vida es el fuerte de la escritura.
En ese hospital, con un aparato semejante a un celular emprende “teletransportaciones”, viajes que la llevan a California donde conoce a un artista llamado Bodhi Wind que pinta tres piletas de natación en el bochorno del desierto. En la película “Tres mujeres» de Robert Altman, aparecen dos de estas piletas. Gainza sorprende con la historia extraordinaria de Bodhi Wind pintando, rodeado de serpientes cascabel y con el misterio de su temprana muerte.
Hay un capítulo atravesado por la filosofía de Thoreau y sus teorías sobre la naturaleza y la condición humana. Durante un viaje a Walden Pond cuando estudiaba en Boston, Gainza conoce a un personaje que investiga el robo de uno de los 35 cuadros que Vermeer pintó en su vida.
La pintura pertenecía al museo donado por Isabella Stewart Gardner, dueña de la mayor colección de arte europeo en EE.UU. El pintoresco investigador afirma que hay obras que “expanden la naturaleza humana”. Y así define el efecto que puede causar la contemplación del arte: “Mirar una pintura, mirarla en vivo, es como tomarte un químico artificial, como tragarte una amapola, algo cuyo efecto a nivel mental te permita liberarte del cuerpo, de la ansiedad siempre obsesionada consigo misma. El robo de estas pinturas, en especial del Vermeer, me ha negado una manera de trascender”.
Entre las figuras presentes en el libro, está Guillermo Kuitca. Luego, el fotógrafo Alberto Goldenstein, cuando encuentra su estilo en el No-estilo. Finalmente, la vida aventurera de la talentosa María Simon, atrapa al lector que no entiende la escasa trascendencia de la artista tucumana.