Será quizás un vicio de esta profesión, pero las hemerotecas me pueden. Revisar las revistas y diarios antiguos es un gustazo en el que me puedo sumergir por horas. A través de las noticias, el lenguaje, las celebridades y las publicidades de antaño se puede descubrir, a modo de una arqueología modesta, cómo eran los usos y costumbres de otras épocas.
Muchas veces me sorprenden las similitudes que existen entre aquel universo del pasado y el actual. Por tomar a modo de ejemplo algunos títulos al azar recogidos en mis incursiones en estos paraísos de tinta y papel: “Hubo una discusión por un perro: un muerto y un herido”, informan las páginas policiales de Crítica, en octubre de 1954; “Exigen medidas serias los arbitrajes anormales”, dice la sección Deportes de La Razón de 1942; “Es muy difícil la situación interna del radicalismo”, señala la parte de Política de La Nación de 1947. Todos podrían ser titulares en los portales de hoy.
Pero entre todos los atractivos que pueden ofrecer aquellas publicaciones antiguas hay algo que me llama la atención (sin juzgar) y es la manera en que siempre se las rebuscó el periodismo para presentar las noticias de manera que conciten la mayor atención del público. Y cómo a veces lo que pensamos hoy que es innovador, ya se hizo antes, aún con elementos técnicos mucho más precarios.
Me explico. Y para ello me remonto a la década del 20. El 24 de diciembre de 1929, el anarquista italiano Gualterio Marinelli intentó matar al presidente argentino Hipólito Yrigoyen, mientras este viajaba en coche hacia Casa de Gobierno. El agresor no logró su objetivo y fue repelido y ultimado a tiros por los agentes policiales que custodiaban al presidente.
Pues bien. En tiempos donde las infografías y otros recursos visuales eran impensables, la revista Caras y Caretas realizó una reconstrucción de este hecho en su edición del 4 de enero de 1930 verdaderamente notable ¿Cómo? a través de secuencias fotográficas que recreaban con actores cada momento del episodio en el lugar del hecho.
“El atentado criminal contra la vida del presidente de la República”, decía el título de la noticia, y las sucesivas imágenes desplegaban, con brutal realismo, las secuencias del ataque al mandatario y el tiroteo posterior. Incluso, se percibía el humo saliendo de las pistolas de los custodios y del malhechor, mientras continuaba disparando herido de muerte tendido en el asfalto.
En su libro Mientras la ciudad duerme, pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 1920-1945, la historiadora y politóloga Lila Caimari analiza estas recreaciones ficcionales (que se ven en varias publicaciones) y señala que con ellas el periodismo incorporaba los nuevos lenguajes del espectáculo. En especial, del cine. En ese sentido, las fotos de una acción delictiva revividas en un medio gráfico se adornaban a veces con los bordes de cintas celuloide. Y el lenguaje utilizado remitía también al séptimo arte: “Suceso de cinematográficos aspectos”, era una manera habitual de describir un tiroteo, una persecución, un asalto…
Hay otro punto de contacto entre el cine, que fue sonoro desde 1927, y el periodismo de los años 20. Y es que los personajes principales de la pantalla y las crónicas policiales eran los que nutrían el mundo del hampa: gangsters y pistoleros. Y en ambos casos, estos bandoleros eran representados con un halo de aventura que fascinaba tanto a espectadores como a los lectores. Caimari señala que la prensa destacaba la “hombría” y el “valor” de los criminales o hablaba, por caso, de un “sensacional robo”.
Como sea y más allá de los detalles de cada época, sumergirse en el mundo de las publicaciones añosas es notar que, con o sin innovaciones tecnológicas, el afán del periodismo por atrapar al lector (oyente o televidente) a través de la mejor presentación de sus historias siempre ha sido el mismo. Y creo que está muy bien que así sea.
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