Javier Milei desprecia la política. En su opinión, es una actividad para sujetos parasitarios que, con el propósito de conseguir más poder y dinero por los medios que fueran, se especializan en engañar a la gente prometiéndole beneficios que otros tendrían que costear. Hace menos de una semana, parecía que los personajes así denostados, sedientes de venganza luego de soportar andanada tras andanada de abuso verbal hiperbólico, lo tenían contra las cuerdas, pero entonces la política, en esta oportunidad la internacional, irrumpió para rescatarlo y, tal vez, para ahorrarle al país una convulsión socioeconómica que amenazaba con tener consecuencias catastróficas.
Al afirmar el secretario del Tesoro norteamericano Scott Bessent que Estados Unidos está dispuesto a hacer cuanto resultara necesario para apoyar a la Argentina -es decir, al gobierno libertario-, por ser cuestión de un aliado “sistémicamente importante” y por merecer su aprobación la estrategia mileísta, los mercados financieros, que minutos antes seguían cayendo, se levantaron del piso para saltar de alegría. Subieron explosivamente las acciones argentinas en Wall Street, bajó de golpe el índice riesgo país y el peso recuperó terreno frente al dólar. También sintió alivio la jefa del Fondo Monetario Internacional Kristalina Georgieva que enseguida celebró los mensajes enviados por Bessent en apoyo de lo que calificó de “las políticas sólidas de estabilización y crecimiento en beneficio del pueblo argentino” del gobierno libertario.
El alivio, mejor dicho, el júbilo, que se apoderó de Milei y otros miembros del gobierno cuando recibió la noticia pudo entenderse. Por razones más políticas que técnicas, el programa de saneamiento que hasta hace poco producía resultados esperanzadores corría el riesgo de ser uno más de una larga serie que, después de un comienzo promisorio, cayeron en pedazos al lograr la oposición populista movilizar a los perjudicados por las medidas que se tomaban sin darse el trabajo de ofrecerles una alternativa viable mejor.
Sucede que, no sólo en la Argentina sino también en el resto del mundo, la lógica económica es una cosa y aquella de la política es otra muy diferente. En Europa, lo difícil que es reconciliarlas ha puesto en jaque al gobierno francés de Emmanuel Macron, está triturando al británico del premier Keir Starmer y pone el peligro a aquel del canciller alemán Friedrich Merz. Sin embargo, aquí la brecha entre las dos formas de enfrentar la realidad ha sido notablemente mayor que en los demás países de cultura parecida, de ahí la prolongada decadencia nacional que puede atribuirse a lo fácil que siempre ha sido justificar con argumentos morales medidas contundentes que, a la larga, tendrían consecuencias sociales muy negativas. Así y todo, por más de un año Javier Milei pudo creer que le había sido dado combinar las dos lógicas; conforme con las encuestas de opinión, a pesar de la severidad del ajuste que aplicaba, aún contaba con el apoyo de aproximadamente la mitad del electorado.
A su modo, coincidió con Milei la mayoría de los integrantes de “la casta” que, con resignación, se mostraron dispuestos a abstenerse de rabiar contra el ajuste, pero hace tres semanas los resultados de los comicios bonaerenses les brindaron motivos para sospechar que el período de gracia que tanto había beneficiado al presidente ya había terminado y que, en adelante, podrían privilegiar sus propias prioridades políticas y personales por encima de temas tan antipáticos como el del equilibrio fiscal y los cortes presupuestarios que serían precisos para mantenerlo.
De más está decir que el regreso tumultuoso de la política tradicional plantea muchos peligros. Puesto que es del interés de los opositores más feroces al gobierno actual que el proyecto patentado por Milei fracase de manera realmente espectacular, harán todo cuanto puedan para sabotearlo sin preocuparse en absoluto por las consecuencias que una nueva crisis terminal tendría para el grueso de la población. Una forma de privar a Milei del poder que tiene consistiría en obligarlo a permitir que el gasto público exceda cada vez más la capacidad de la economía para financiarla antes de que Vaca Muerta y la minería aporten divisas en cantidades suficientes.
Si bien es comprensible que la mayoría de los habitantes del país quisiera que las jubilaciones no fueran tan mezquinas y entienda que es necesario invertir muchísimo más en educación, salud y así por el estilo, a menos que haya recursos genuinos disponibles, no habrá forma de hacerlo sin desatar un nuevo tsunami inflacionario. Se trata de un detalle molesto que demasiados políticos se han habituado a pasar por alto.
Así, pues, los muchos que no quieren para nada a Milei, su hermana Karina y ciertos legisladores apenas presentables del partido que han improvisado, se ven frente a un dilema angustiante. ¿Cómo oponérseles sin atentar contra lo viable del proyecto económico que el gobierno ha puesto en marcha? En las semanas que siguieron a la derrota penosa de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires, tales aliados ideológicos les mostrarían los dientes en el Senado y la Cámara de Diputados, agravando así el aislamiento político del gobierno y sembrando pánico en los mercados. Tanto aquí como en el exterior, muchos comenzaban a dar por descontado que el mileísmo no habrá sido más que una burbuja fantasiosa que pronto estallaría, dejando a la Argentina aún peor parada de lo que había estado antes. Al fin y al cabo, algo muy similar había ocurrido cuando Fernando de la Rúa persistía con el “plan de convertibilidad” y cuando se hizo evidente que Mauricio Macri no sería reelegido.
De más está decir que la voluntad de Milei de comportarse como un afiliado más del movimiento de alcance mundial liderado por Donald Trump tuvo mucho que ver con la actitud asumida por la administración estadounidense, pero también incidió el temor a que un eventual derrumbe argentino impactara de manera sumamente negativa en la tambaleante economía internacional. Lo que para la superpotencia sería a lo sumo un gasto adicional pequeño -para alguien como Elon Musk, sería cuestión de monedas- podría ser más que suficiente como para asegurar que la Argentina dejara de ser una especie de agujero negro financiero al convertirse en un polo de crecimiento que, andando el tiempo, brindara a los inversores internacionales, sobre todo a los norteamericanos, oportunidades para hacer negocios pingües que también beneficiarían a la población local. En cambio, para todos salvo los integrantes menos escrupulosos de “la casta”, una recaída en el populismo K, sólo significaría más miseria.
Que tantos se sientan constreñidos a optar entre la excentricidad a menudo esperpéntica de un presidente tan malhablado como Milei por un lado y la cleptocracia kirchnerista, o una variante encabezada por alguien de ideas perimidas como Axel Kiciloff, por el otro, es de por sí una aberración. Si bien Milei mismo y su hermana están contribuyendo al desprestigio de la política, el que las alternativas frente al electorado sigan siendo tan deprimentes sirve para justificar el desdén que dice sentir por los profesionales del oficio así supuesto.
Con todo, si cerraran filas los muchos que han llegado a la conclusión de que el país tendrá que acostumbrarse a respetar ciertas reglas básicas que reivindican no sólo los occidentales de actitudes liberales sino también los chinos nominalmente comunistas, podría formarse un partido amplio que sería capaz de manejar la transición difícil desde el orden político que se quebró hace dos años hacia uno claramente más acorde con los tiempos que corren, pero merced a las ambiciones desmedidas de los hermanos Milei, que han querido monopolizar el poder que el electorado les prestó, los esporádicos esfuerzos en tal sentido se han visto frustrados.
¿Servirá la crisis aguda de las semanas últimas para que subordinen sus propias aspiraciones personales al interés común? Aunque de vez en cuando surgen indicios de que el presidente podría estar pensando en olvidarse del sueño de un país monocromático pintado de violeta, pronto se ven seguidos de otros que sugieren que sigue resistiéndose a cambiar la fórmula que le permitió triunfar en un momento en que el país parecía resuelto a autodestruirse. Así pues, en su caso particular, la lógica política está socavando el programa económico del que depende.
Como fue de prever, la oposición dura no vaciló en tratar de sacar provecho del súbito mejoramiento del panorama que fue ocasionado por la voluntad de Trump de hacer lo que resultara necesario para impedir que el programa económico de Milei -el que, dicho sea de paso, tiene muy poco en común con el del mandamás estadounidense- cayera víctima de la ofensiva montada por los kirchneristas y sus aliados. Sin perder un minuto, acusaron a Milei de atentar contra la soberanía nacional al atar el país a una superpotencia que a buen seguro querrá alejarlo de China. Puesto que nada es gratis es este mundo, no cabe duda que la ayuda norteamericana tendrá condiciones que podrían ser onerosas, pero al intensificarse la rivalidad entre el Occidente en su conjunto y el renacido Imperio del Medio, mantenerse neutral está dejando de ser una opción realista y, dadas las circunstancias, sería mejor ser un “aliado sistémico” de Washington que intentar asumir una postura no alineada.