jueves, 28 noviembre, 2024

Un panteón para el experimento liberal argentino


Los estados y sus gobiernos participan siempre en la puja por el relato histórico de su época. En efecto, sea por acción u omisión, llenando el escenario de ídolos e ídolas, de villanos y villanas e incluso animalitos, la historia y la memoria son insumos propios de la diaria de cualquier gestión política. No es nuevo buscar exprimir la disciplina como quien busca sacarle agua a las piedras y hay que quitarle cierta solemnidad a las polémicas que se generan en torno a dichas operaciones. La historia es un escenario de disputa y los gobiernos pueden, y quizás deben, ubicarse en el rumbo que ella insinúa.

En el caso de nuestra vertiginosa actualidad, el teatro de operaciones para los combates por la historia parece estar todavía bastante confuso. Es difícil navegar en el panteón nacional que propone el gobierno de Milei y hallar sus supuestos puntos de contacto; el hilo que une aquel raconto «alla Billiken» que puebla el salón en casa rosada con la propuesta que surge a unos metros. Incluso Carlos Saúl Menem, la figura más cercana en el tiempo en la lista, que promovió casi como primera acción de gobierno la reconciliación primigenia del gran conflicto nacional repatriando los restos de Rosas por un lado y abrazando al almirante Rojas por el otro, parece lejano a esta zanja propuesta entre argentinos de bien y de los otros.

Así y todo, la figura que más se ha venido nombrando últimamente, detrás de la ya polisémica o caleidoscópica de Alberdi, es otro tucumano, el casi consensuado consolidador del Estado Nacional, Julio Argentino Roca, el manual de instrucciones del estado argentino. Aparentemente, el Presidente y su elenco, encuentran en la figura de Roca, y de una suerte de genérica Generación del ‘80, la inspiración para el progreso nacional, que se daría así recuperando un rumbo, el del “Granero del Mundo” que se habría perdido en algún lado entre 1916 y 1945 (así de confuso son los mojones).

Un ejemplo anterior de lectura en clave matizada del roquismo la encontramos en esa especie de Martín Fierro roquista que fue el «Soy Roca» de Félix Luna. Allí, Luna mostró con un relato ficcional en primera persona bastante romantizado su propia mirada respecto de aquel que determinó los designios del estado argentino en el período 1880 a 1910 y cuya sombra se proyecta aún hoy. Medio novela, semi biografía, que merecería ser serie en streaming, el libro justifica preguntarnos a la manera del meme ¿Qué tanto piensan los hombres en el Imperio Romano?, ¿Qué tanto piensan los argentinos en Roca? Lo cierto es que lo hacen poco, y normalmente centralizan la reflexión en lo que fue el genocidio conocido como la campaña del desierto, el hecho maldito del continuum roquista que centraliza la atención por fuera de otras acciones que fungieron de parteaguas como la ley 1420 de Educación Pública, la ley 1532 de Territorios Nacionales, la ley 1130 de unificación monetaria o el Conflicto con el Vaticano, por nombrar solo algunos, y solo de sus primeros años en el poder.

Entre el Roca avasallante de la primera presidencia y el más pragmático y reformista de la segunda, se definió gran parte del tono del ingreso de la Argentina al siglo XX. De todos modos, bien vale aclarar, en ninguna de esas versiones, el polémico Zorro podría ser definido como un enemigo por definición del Estado, lo que parece ser el tono del liberalismo libertario hoy en el poder, sino más bien todo lo contrario, un político que hizo de moldearlo su destino; aquel que intentaba llevar a cabo su proyecto de país un credo sin restricciones. Paz y Administración fue el lema propuesto Roca, más claro, echarle agua.

Sin embargo, más allá de lo que se pueda analizar del personaje, Roca, y la versión tan customizada e inconsistente que el gobierno que lideran los hermanos Milei quiere instalar, hay que puntualizar que sí han aprendido una importante lección del experimento macrista y en vez de ir por el lado de no definir su panteón, han tomado la iniciativa de dar batallar en todos frentes, incluso la historia, sin dejarse llevar por la flora y la fauna de un fin de la historia tardío. La construcción de una línea histórica, un panteón de héroes y villanos, por más apócrifa que parezca, por más pies de barros que la sostengan, reina suprema a la hora de parar el equipo del relato de gobierno; un 4 4 2 clásico, cerrado atrás, sin dejar de mirar el arco contrario.

* Historiador, Director de la Escuela de Humanidades y Estudios Sociales, UNRN.

** Politólogo. Especialista en Comunicación Política.


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